viernes, 16 de septiembre de 2011

Diario del caminante.

La mente es un trebejo (disculpen por la palabra), quería decir, un "utensilio", un tanto extraño.

A veces, surge una ridícula asociación de ideas,  cuando te encuentras caminando por calles desiertas. O por el campo en pleno bochorno, en el extinto estío y a la hora en que el sol cae como a plomo derretido. O en ese septiembre que destila a otoño,  y con ese albor que te hace refrescar hasta -incluso- llegar a enfriar.

El caminante recoge  una o más de esas películas que llegaron a la fascinación.
Podrían ser "Up", "Lost in translation", "Mi mejor amigo", "Avatar".  Esta última,  precisamente la más reciente en visualizar y disfrutar. No toda la cinta, sino más bien la segunda mitad, y concretamente, el epílogo. Esas escenas en que una mente humana se transforma en un Naavi, esa raza de humanoides con caracteres felinos que habita un planeta vivo,  y que desea continuar viviendo y dando vida. Una película en donde -por momentos- se abre una caja, desde Pandora.  Podría ser, la caja de Pandora. 
Es triste, dura, a veces alegre, elegante, emocionante, desoladora. También, abierta, reflexiva, pasional, sentimental, con un halo de esperanza.  El futuro del Árbol Madre está en nuestras manos. Cuidémoslo. El futuro, el halo, el Árbol Madre.





En otra secuencia, en "Mi mejor amigo", ese jovial y entusiasta taxista,  Bruno, se desenvuelve entre la paciencia, el ofrecimiento y la entrega a quien consideraba su amigo.  Su mejor amigo. Son muchos los sinsabores, los engaños e intereses,  pero también un  gran descubrimiento: la lealtad y la honestidad. Dos principios que hay que mostrar. Y demostrar.

Sofocadas las llamas del sofocante verano (este año, por fortuna, con menos llamas que en años precedentes), el caminante se recluye en algún lugar cuyo nombre se silencia, aunque es fácil intuir que se trata de un rincón del interior Sur mediterráneo, por el zumbido insistente de los grillos, las abejas y chicharras. Y ese vigor del romero, y de las jaras, aún brillantes, altivas y graciosas.

Llega a casa. Saca de la bolsa una exigua cantidad de almendras, de las de nueva cuña. Las coloca encima de la repisa de la chimenea junto a figuras de porcelana y papeles intrascendentes, en una imagen espléndida que habla sin palabras del paso del tiempo, de la austeridad, del recogimiento, de la nueva vida que vuelve a emerger. Año tras año.  Mientras realiza todos estos movimientos, escucha su  propia voz: "Es sorprendente el poco tiempo que lleva a juntarse el tiempo, con el tiempo...."

En esta otra "película" -la del caminante-, debe hacer calor,  pero no tanto en cuanto que el actor figurante lleva puesta la chaqueta de un chándal. Es abierta, caliente, pero también refrescante: aireada. Supongo que si este final recuerda a un agosto que dijo adiós, -o a un septiembre que dice hola, incluso a este verano que se extingue como las brasas de una chimenea... entre el rocío del amanecer-, no lo es tanto por esa flama acelerada,  sino por esa sensación de alejamiento, de acercamiento, de descanso, de cansancio, de sopor, de desazón, de anhelo, de que... la vida se detiene, aunque sea por un mero instante. Sólo, para contemplarla. 

Toni Sagrel.



                 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Los girasoles.




Podrían formar parte de una serie de cuadros pintados al óleo, y por el genial Van Gogh. De hecho, los que están sobre el lienzo simulan la misma viveza, la graciosa plasticidad que les imprimió el holandés  y los convierten en parte -o en una parte- de la vida real. La diferencia está, que mientras unos están destinados a permanecer inertes, los otros se sienten abocados a moverse " sin pensar". Alienados de sí mismos y siguiendo a su único Dios, el Sol. El Sol, que "más" les calienta.

De un lado a otro dirigen su vida sin más cambios que los determinados por las horas del día. Sin otro final, sin otra ambición que la muerte, asumen su destino. Otros, con suerte, se rebelarán. Y continuarán viviendo. Y serán parte de la historia.